El lenguaje es poderoso, dinámico, y define la forma en la que vemos el mundo. Las palabras que utilizamos para comunicarnos son las bases para nuestra conexión con otros, con nuestro entorno, y con nuestra propia identidad. Identificarnos en nuestros propios términos y ser reconocidos con palabras inclusivas forma parte de la democratización del lenguaje y del orgullo de ser quienes somos.
Sin embargo, en algunos casos el lenguaje puede ser utilizado para excluir a ciertas personas o reproducir sesgos negativos hacia otras. Una investigación de la Universidad de Stanford demuestra la forma en la que se utilizan ciertas palabras del lenguaje cotidiano, aunque parezcan relativamente inofensivas, pueden perpetuar estereotipos de género. Por ejemplo, la afirmación “las niñas son tan buenas como los niños en matemática” implica que el ser bueno en matemáticas es más común y natural para los niños.
El movimiento hacia un lenguaje inclusivo de género se puso en marcha con un enfoque específico en eliminar y evitar construcciones sociales sexistas. La Guía de lenguaje inclusivo de género del Gobierno de Chile acierta que “el lenguaje no es sexista en sí mismo, sí lo es su utilización” y busca promover la selección consciente de palabras evitando el uso de la forma masculina por defecto para la descripción de personas en general. Por ejemplo, la guía sugiere utilizar frases como “la población beneficiaria” en lugar de “los beneficiarios” y “los expertos y las expertas” en lugar de solamente “los expertos”.
Un ejemplo es:
"Todos conocemos el famoso caso de sirvienta y presidenta, el primer sustantivo aceptado desde hace ya cientos de años y el segundo autorizado en épocas recientes."
Abraham
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